Irónicamente en México el marketing político es un recurso bastante utilizado debido a que, por la existencia de tantos casos de corrupción en políticos mexicanos, para la población es difícil confiar en ellos (Sánchez, 2005) y con ayuda de esta herramienta es posible hacer que por lo menos desconfíen un poco menos. Esta rama del marketing se dedica a generar y ejecutar las estrategias y tácticas de comunicación que se desarrollarán a lo largo de una campaña política (Quesada, 2005), pero ¿en qué momento cae el marketing político en actos de corrupción? Pues bien, como se mencionó anteriormente existe una delgada línea entre persuadir a un votante a manipularlo para que escoja un candidato sobre otro.
En las elecciones del 2018 se pudo observar que Andrés Manuel López Obrador, actual presidente de México, utilizó una estrategia llamada polarización, donde buscas dividir a tu audiencia en dos segmentos definidos por valores y preferencias -equivalente a una segmentación de mercado-. Dentro del marketing político la estrategia se centra en encasillar a las audiencias para crear en cada segmento afiliación, competitividad, comunidad, tener un enemigo en común -el otro segmento-, etc. (Antevenio, 2018)Lo que hizo fue dividir al país resaltando las diferencias entre las clases sociales, con términos como “la mafia del poder”, “los de arriba”, “el pueblo”, y muchos otros, AMLO tomó los llamados insights y logró dividir a un país en dos segmentos.(Urzua, 2018) Esto no quiere decir que el candidato sea bueno o malo, lo que es preocupante es que diversos autores afirman que gracias a estas prácticas se ha comprometido la democracia reduciendo los procesos electorales a un escaso o nulo debate de ideas y propuestas políticas (Sanchez, 2005). Todo gira en torno a qué tan carismático son los candidatos, qué tanto conectan con los votantes y se olvida el verdadero objetivo de una campaña política: escoger al político más preparado para llevar las riendas de un país.